Mujeres Amazonas
En la intrepidez de las montañas
donde se forman abismos y pedregullos,
vuelan cóndores, se forma la estepa, y pastan venados;
ya no hay Robin Hood
que galopando con sus caballos
y protegidos de sus herraduras
avanzaron gloriosos a campo traviesa
para socorrer a los pueblos.
En la intrepidez de las montañas
donde el volcán es furioso
y de su lava brota mineral precioso;
ahora son mujeres amazonas
que cabalgan sobre sus briosos corceles,
que calzan herraduras de oro
y aseguradas con clavos de esmeralda;
van atravesando campos sembrados de laurel,
socorriendo al hombre para que deje de ser cruel
ante su semejante que le da la espalda
y prefiere morir en las derrotas.
Buenos Aires 30 de Octubre de 2008
José Ignacio Samacá Hernández
viernes, 31 de octubre de 2008
IV Capítulo de La primavera parecía eterna
IV
La primavera parecía eterna
y miró placentera por la ventana
con tus ojos de esmeralda
y tus rizos dorados
todas las distancias de la tarde ida,
mientras tus manos adoradas
arrullan tu hijo adormilado
que bebe con apetito tus pechos blancos
para calmar la sed y el hambre
de tan heredero hombre,
que con sonrisas
calman y dan valor a la primavera,
para que los días venideros
sean primaveras eternas
y siglos henchidos de gloria y paz.
La primavera parecía eterna
y se poso sobre tus ojos de azabache
y tus cabellos enraizados de negro,
que la misma noche
quiso que fuera estrella
para adornar tu trabajo
que vas tejiendo con tus dedos laboriosos,
y susurrando bajo tus caderas,
ensanchadas por tu hijo
vas moldeando las tierras cienas.
La primavera parecía eterna
y en los campos y selvas
campesinas e indígenas
con su piel dorada por el sol
amamantaban sus crías
como si fueran sus herederas;
mientras sus manos tejedoras de abrigos
y amasadoras de panes tostados
formaban la producción del maná
para el sustento diario de los pueblos
que sin embargo ellos, profanaban sus campos
La primavera parecía eterna
y su juvenil cintura
era la flor en retoño,
era la rosa sin desprender del tallo
y todo tu talle
lo aclamaban los jóvenes,
pero nadie sabía el secreto
de romper el hechizo
para que primavera despertara
de su sueño eterno;
sin embargo un valiente soñador
tocó su sinfonía en oboe,
hasta que la rosa maduró
y cayó despierta sobre la naturaleza
y pronto germinó madreselvas
con diminutas rosas
que hicieron que la primavera pareciera eterna.
La primavera parecía eterna
y tus cabellos eran cascadas de lluvia plateada
que caían sobre tus hombres de plata
y me hicieron doblegar para besar tu boca de quina
tus manos de rubíes
y tus pechos zafiros
que extraídos de tu cuerpo esbelto
forman la mina más preciada
de mi larga vida con alma
que como yacimientos aluviales
eres mi diamante en bruto
y mi cuarzo en esmeralda;
que tallo inagotablemente hasta volverte humana
para profundizar la prominente tierra
que clama paz y no guerra;
que busca pan y no armas,
que engendra hijos y no simios
y muere como si la primavera fuera eterna.
Buenos Aires 28 de Octubre de 2008
José Ignacio Samacá hernández
La primavera parecía eterna
y miró placentera por la ventana
con tus ojos de esmeralda
y tus rizos dorados
todas las distancias de la tarde ida,
mientras tus manos adoradas
arrullan tu hijo adormilado
que bebe con apetito tus pechos blancos
para calmar la sed y el hambre
de tan heredero hombre,
que con sonrisas
calman y dan valor a la primavera,
para que los días venideros
sean primaveras eternas
y siglos henchidos de gloria y paz.
La primavera parecía eterna
y se poso sobre tus ojos de azabache
y tus cabellos enraizados de negro,
que la misma noche
quiso que fuera estrella
para adornar tu trabajo
que vas tejiendo con tus dedos laboriosos,
y susurrando bajo tus caderas,
ensanchadas por tu hijo
vas moldeando las tierras cienas.
La primavera parecía eterna
y en los campos y selvas
campesinas e indígenas
con su piel dorada por el sol
amamantaban sus crías
como si fueran sus herederas;
mientras sus manos tejedoras de abrigos
y amasadoras de panes tostados
formaban la producción del maná
para el sustento diario de los pueblos
que sin embargo ellos, profanaban sus campos
La primavera parecía eterna
y su juvenil cintura
era la flor en retoño,
era la rosa sin desprender del tallo
y todo tu talle
lo aclamaban los jóvenes,
pero nadie sabía el secreto
de romper el hechizo
para que primavera despertara
de su sueño eterno;
sin embargo un valiente soñador
tocó su sinfonía en oboe,
hasta que la rosa maduró
y cayó despierta sobre la naturaleza
y pronto germinó madreselvas
con diminutas rosas
que hicieron que la primavera pareciera eterna.
La primavera parecía eterna
y tus cabellos eran cascadas de lluvia plateada
que caían sobre tus hombres de plata
y me hicieron doblegar para besar tu boca de quina
tus manos de rubíes
y tus pechos zafiros
que extraídos de tu cuerpo esbelto
forman la mina más preciada
de mi larga vida con alma
que como yacimientos aluviales
eres mi diamante en bruto
y mi cuarzo en esmeralda;
que tallo inagotablemente hasta volverte humana
para profundizar la prominente tierra
que clama paz y no guerra;
que busca pan y no armas,
que engendra hijos y no simios
y muere como si la primavera fuera eterna.
Buenos Aires 28 de Octubre de 2008
José Ignacio Samacá hernández
Suscribirse a:
Entradas (Atom)