miércoles, 6 de agosto de 2008

LA PRIMAVERA PARECÍA ETERNA

LA PRIMAVERA PARECÍA ETERNA

La primavera parecía eterna
su corazón de oro,
lo mismo que sus cabellos dorados
con sus ojos de esmeralda,
se quedaron dormidos
y parecían desprendidos
de soles desgarrados por el viento primaveral.

La primavera parecía eterna
y su corazón quedó prendido al mío,
y ya el susurro de los vientos
iban y venían como olas de mar,
y en su transparente aire
viajaban las esperanzas,
sobre mi herido corazón.

La primavera parecía eterna
y su risa parecían mascaras sonrosadas
que jugaban con el cuarto creciente,
de la luna estacionada.

La primavera parecía eterna;
ya nadie se entristeció por nada
y fueron creciendo los arreboles del día
como una manta enverdecida por el musgo
y los montes eran verdes como el limón
y los pájaros atraídos por las flores
bebieron los néctares de sus corolas
y fueron germinando en cada espacio de la tierra
con sus vuelos florecidos.

La primavera parecía eterna
y no se veían niños tristes
porque de sus bolsillos
sacaban bolitas de cristal,
trompos, tapas de gaseosas
como si fueran magos
y jugaban a la rayuela;
a las escondidas, a los cinco huecos
y corrían por el oriente,
por occidente y por el sur
sin que nadie entorpeciera
sus risas juguetonas.

La primavera parecía eterna
que resolvió recostarse sobre la luna
y permaneció inmóvil frente al espejo de la noche
para que por todos sus costados
aparecieran lunitas consentidas
y fueran desfilando sobre los techos de las casas
que a esa hora dormían por la luna.

La primavera parecía eterna
porque los zorros se volvieron trabajadores de la tierra;
los lobos a pesar de su ferocidad
cultivaron trigales y arboles frutales;
los tigres fueron más tigres
trillando la harina para el pan;
los leones más rugientes,
que hasta refinaron los vientos con sus sonidos;
para que no estuvieran contaminados;
los gorilas supieron emplear su fuerza
para construir caminos y casas
dignas para el ser humano;
la serpiente entregó su veneno a la ciencia
para producir el remedio que curaba todos los males
y de esta forma no había humanos enfermos.

La primavera parecía eterna
que los hombres se olvidaron del mal
y solo conocían el bien.


Buenos Aires 30 de Julio de 2008
Por: José Ignacio Samacá Hernández



II


La primavera parecía eterna
mientras tanto en la selva húmeda
los gritos desgarrados de una Amazona
eran callados por una ráfaga de bala
y la sangre se confundió con una hondonada
que se perdió en la extensa llanura.

La primavera parecía eterna
que el único espacio en los aires
no se atraganto de helicópteros mortuorios
ni de pájaros mortecinos;
para que nadie llorara sus lamentos
ni alegrara sus poderes
con la sangre de sus propios hermanos.

La primavera parecía eterna,
allá en las enmarañadas selvas
donde los árboles vierten sangre
en vez de savia para curar la peste;
y los hombres vuelvan a sus chozas
con la fiebre del odio y la venganza
y vaciarla ante su raza.

La primavera parecía eterna
y de las sombras de la noche,
se formaron fusiles fosforescentes
para implantar hojas en forma de lanzas,
que fueron creciendo como lágrimas
para transformarse en ríos de leche
que surcaron la gloria de los limites.

La primavera parecía eterna
que no hubo montes desplazados
ni nubes desplegadas;
y hubo muchas fuentes de agua cristalina
y árboles con frutos
y Amazonas amamantando sus criaturas
para no sufrir el calvario del hombre globalizado.

La primavera parecía eterna
y los astros jugaron a ser Dioses
y destruyeron selvas
para que los animales salvajes
creyeran que eran poderosos y dignos,
de cada una de las estrellas
que adorna el firmamento.

La primavera parecía eterna
y se llamó cerros verdes
selvas llaneras, mares soleados
cumbres borrascosas, cielos abiertos
tempestades curativas, sierras maestras
nevados adormilados, ríos de Amazonas
fauna y flora en expansión,
y hombres muertos de terror.


La primavera parecía eterna
y las aves volaron en bandadas
con sus plumas blancas como el mar;
apacibles como el susurro de los ríos
y en sus picos llevaban a los hombres,
el laurel para salvarlos de la muerte,
sin embargo dispararon contra ellas
por el ardor de sus estómagos vacíos,
que los hizo traicionar la paz


Buenos Aires, 6 de Agosto de 2008
José Ignacio Samacá Hernández

Aparecen en mi blog de el CLARIN de Buenos Aires